Digital Magazine: #somospelea
Estoy sentada en un café chic tratando de escribir mi novela de ciencia ficción que más complicada no puede ser. Pero ahí vamos, me gustan los retos. Esto de ser “freelance” —para no decir que no tienes trabajo fijo— no tiene precio. El storytelling es importante y hay que creerse la historia.
Después de los 40 años, la verdad es que ya estás cansada de ir a entrevistas en las que todo te va bien, pero a la salida te dicen que, aunque están impresionados contigo, la competencia es fuerte y otros tienen mejores cualidades que tú.
Aquí un throwback: Cuando empecé a laborar me decían que no tenía experiencia y por eso procedían con otros. Ahora tengo experiencia, y siguen escogiendo a otros. Así que, como dice mi hija de 10 años: ”no entiendo”.
Como soy así: analítica, crítica, reflexiva… me lo pregunto todo. Y si algo he aprendido es a comparar las generaciones, y he encontrado similitudes entre los “millenials” y los “equixianos”. No nos gusta que nos estén dando instrucciones y no nos dejan hacer las cosas como queremos. Sin embargo, hay una diferencia: la experiencia que llega con el tiempo.
En mis 20 y 30 años seguía instrucciones, ahora a los cuarenta y pico, ya no tanto. No me malinterpretes, no es cuestión de actitud, es que el conocimiento que dan los años y las metías de patas que se dieron en el pasado me han hecho un poquito menos tolerante a ciertas ideas y procedimientos. Sin embargo, por ahora, hay que conformarse con las oportunidades que aparecen milagrosamente entre consultorías subliminales, presentaciones para la biblioteca y escritos a 0.15 centavos por palabra.
Pero a lo que iba. Visitar lugares con la excusa de tomarse un café, pero de verdad ir para hacer networking y trabajar en tus proyectos, es algo ya esencial en esta vida empresarial. Bueno, la realidad es que también lo haces porque tienes el tiempo de organizarte y en lo que llega lo pesado tienes que dedicar tu tiempo a lo que realmente quieres hacer.
Los espacios de cafés te permiten desarrollar tu creatividad al máximo, te empujan, y hacen que te sientas dueño y señor de todas las decisiones que tienes que tomar; y sobretodo, puedes hacer las cosas como te salga del forro.
Entonces, como decidí cambiar mi vida para ser mi propia jefa, también aprendí que necesitaba un balance. Así que, aparte de los días que trabajo como empresaria, trato de sacar tiempo para mí. Y créame, no es ir al beautyo darme un masaje, porque recuerde que no hay chavos y la tarjeta no puede más. A veces me pongo a ver las películas de Hallmark, por eso de no pensar ni complicarme, pero los libretos son tan predecibles que puedo apagar el televisor a mitad y sin estrés. Siempre sé qué va a pasar. Pero al menos sirven de fondo para no sentirte solo.
Pero volvamos al café. En los coffee shops uno se encuentra de todo. Me gusta observar todos los elementos a mi alrededor. Para ser franca, me entretiene. Porque… no me digas que nunca te has sentado en Plaza a mirar a todo el mundo. ¡Que tire la piedra el que esté libre de pecado! Se ve la vieja con “tisin” tomándose un café, esa misma que siempre deja la marca de lipstick rojo en la taza; o la graduada que terminó de estudiar pero no ejerció porque consiguió un buen marido y está criando muchachos. También te encuentras el “surfer” que convirtió su pasión en negocio; los chamacos de cuarto año que salen de la escuela para janguear, el Cuca Gómez o y hasta el viejo del celular que te recuerda a Bobby Leonard.
Todo es una “fachada”. Unos se ven tranquilos porque están en público. Pero otros no… hay dos o tres que puedes leerlos, y no se ven tan bien. No todos estamos tan contentos como nos vemos. Estamos ante un país en quiebra, donde lo pintoresco o superficial es lo que toma importancia. Solo se escuchan temas frívolos, sin vida. Se vive ante la necesidad por cumplir los dogmas y tradiciones para estar igual que todos… es redundante, un pensamiento individualista nos embarga. La gente ha dejado de vivir. Planificando se nos va el tiempo rápido.
Pregúntate por qué comprar tantos regalos, por qué un arbolito, por qué la fiesta. Buscamos excusas perfectas para tratar de salir de la rutina al menos una vez al año… o más que una vez. Sin mencionar que luego de una catástrofe, todos queremos redención; queremos decir que “estamos bien”, cuando lo que estamos es sobreviviendo.
Aunque, ¿les digo algo? Es verdad. Yo también me arrastro en toda esta fachada. Solo que —como muchos otros— decidí escoger la opción de arriesgarme y tirarme al vacío sin paracaídas. Hago lo que me apasiona, aunque a veces me dan ganas de salir corriendo a ese “comfort zone” que nos encanta, porque lo cierto es que el proceso es lento. Bien L-E-N-T-O.
Pero no olvides que, de cierta forma, todos tenemos que trabajar por lo que nos apasiona. Por lo que nos hace felices. Al final, eso nos hará vivir plena y sanamente.
En un pandemonio de libertad y democracia, entre fachadas y mártires, hay que trabajar aunque lo que te dé sea para tomarte una tacita de café.